Intérpretes del Estreno (20/12/1928) |
María Badía (Sabela) |
Dorini de Diso (Rosiña) |
Flora Pereira (Rula) |
Rogelio Baldrich (Ramón) |
Sr. Almodóvar (Don García) |
Gómez Bur (Rosalío) |
Ángel de León (Cirolas) |
Crónica del estreno |
TEATRO DE LA ZARZUELA "La Meiga", de Guridi, obtiene un gran éxito Jesús Gurídi ha logrado con su partitura de «La Meiga» hermanar las exigencias de la dignidad artística con las aspiraciones musicales del auditorio. Es una magnífica partitura «de público». Labor árida e ingrata para un compositor la de disciplinar en todo momento su personal sentir a los ritmos y melodías folklóricas. Se necesita ser gran músico, sabio constructor de edificios sonoros, en los que los temas se convieirten en elementos a utilizar con genial intuición, pero también con pleno conocimiento de causa. La lírica gallega, un tanto monótona de ritmo y cadencia en su folklorismo sentimental, tiene en contraste danzas típicas, animadas, alegres, con ese. optimismo sensual que se descubre a través de! propio ambiente galaico, externamente melancólico. Guridi ha recorrido, acompañado de los libretistas de «La Meiga», toda la región de Galicia; ha escuchado los aires característicos en auténticas fuentes, en toda su lozanía y espontaneidad. Debió de llenar con su menuda nota muchas páginas de apuntes ; tal vez nos ofrezca ahora un nuevo y más completo cancionero, que sería muy de agradecer. Y su fina sensibilidad, su temperamento de músico y de autor le hicieron elegir y ordenar con mano segura los motivos sobre los que había de bordar el tisú sonoro, tan rico en matices orquestales y en melódicos arabescos. También, con instinto seguro, supo adornar a cada melodía con las galas más en consonancia con su estilo y carácter. Y así, lo mismo unió en erudito contrapunto el tema de la danza de espadas—de ritmo tan enérgico, llamativo y viril—con un canto lírico, en el magistral interludio, alardeando de técnico exquisito, que presentó en su nítida simplicidad la canción del ciego al son de la típica zamfona, descendiente directo del arcaico organistro del siglo IX, cuyo gangoso sonido imita la orquesta—violas con y sin sordina «sul ponticello» — con acierto admirable y austera sencillez. El éxito acompañó al maestro Guridi desde el primer momento. Ya el ligero coro que sirve de entrada a la tiple y al tenor cómicos—primer número en orden—fué repetido, y la misma suerte les cupo a la mayoría de los otros números que integran la obra, a pesar de las grandes dimensiones de algunos de ellos. La canción del ciego—quizá de lo más conseguido y emocional—; un coro de mozas en la fuente consultando a «la meiga» ; una bella canción del tenor, llena de lirismo, y un dúo de tiple y barítono que enlaza con un final de amplia envergadura y pródiga intervención de coros, constituyen el primer acto. Durante él pisó Guridi varias veces la escena y los libretistas fueron ovacionados como poetas delicadísimos en la tierna escena hablada del tenor y «la meiga». El segundo acto se inicia con un número de romería; colorismo a lo ruso ; órgano, campanas, y piano en la orquesta, como instrumento de sonidos breves que sustituye al arpa con ventaja en novedad y en potencia sonora; es iniciativa que debe seguirse y un bello y fácil elemento complementario. Después un número de mozas con el tenor, que se bisó ; una «muñeira» animadísima y de vigor orquestal y rítmico, primorosamente bailada dos veces por el danzarín regional José Novas y por la bellísima primera bailarina María Yuste, que ha sabido anexionarse maravillosamente el típico estilo popular. Luego el intermedio, la página orquestal de más efecto, donde el Jesús Guiridi, siempre admirado como escritor sinfónico, traza la rúbrica de su personalidad y de su maestría. Bien concebido y mejor realizado, es una policromía popular digna de acrecer el repertorio de las grandes orquestas. Brindamos a Pérez Casas o a LasaIle la idea de incluirlo en algún programa próximo, y estamos seguros de que Villa, que asistió al estreno, la incorporará al lado de la «pantomima» de las «Golondrinas»—de otro educando de la «Schola Cantorum», como Guridi y como Turina—a los interesantísimos conciertos de su Banda. En una orquesta de concierto aún ganará en efecto el hermoso interludio ; no porque en la Zarzuela lo intenpretaran mal — los ejecutantes son magníficos y el director inmejorable—, sino que al aumentar la cuerda resaltará con mayor brío la melodía de la danza de espadas, que en el teatro tapa casi siempre el metal. El número determinó una ovación delirante y el momento álgido del éxito: se oyeron vivas y voces de entusiasmo. En el cuadro siguiente otro bello final de gran efecto patético; la sentida canción del tenor, acompañada por la polifonía vocal, primero en escena y después tras el decorado, es pincelada romántica del mejor gusto. Constituyen el acto tercero un cuadro musical a base de un dúo que termina en parlante, un interludio con voz interna—canto de arriero—, una graciosa alborada, cuyo ritmo marca el rozar de unas conchas, que se bisó, y el final de la obra. El éxito logró mantenerse hasta el final sin perder su eficacia. Romero y Fernández Shaw se manifestaron una vez más como los libretistas líricos por antonomasia. Fuerza evocadora en el ambiente, preñado de lirismo; fuerza lírica en todas las situaciones musicales y hasta virtualidad de vates líricos en numerosos parlamentos, como el final del primer cuadro del segundo acto, acierto definitivo de los tan aplaudidos poetas dramáticos. A escena salieron en innumerables veces después de caer la cortina. Obra difícil para los intérpretes. Guridi los ponía a prueba como cantantes; Romero y Fernández Shaw, como actores. Ya hemos elogiado en otras ocasiones los perfectos conjuntos de la compañía de la Zarzuela; su labor en «La Meiga» es para acreditar a un elenco. Imposible parece que un tenor como Baldrich—cantante exquisito—, una tiple como María Badía—que a pesar de hallarse algo ronca triunfó y es una mezzosoprano de cuerpo entero—y un barítono con facultades vocales tan excepcionales como las de Almodóvar, puedan declamar versos oon tal naturalidad, seguridad y dominio. La Badía se consagró como actriz vibrante, de verdadera fibra y con modulaciones declamatorias por demás expresivas. Baldrich. en misión tan ingrata para la mayoría de los «divos» como recitar versos, logró triunfar en toda la línea y su dicción fué siempre grata y de artista inteligente; como cantante fraseó con el buen gusto y ponderación necesarios en un estilo como eI de Guridi, donde las voces son un instrumento más de la rica paleta de timbres. Almodóvar dio prestancia a un papel de actor con muchas cuartillas a su cargo, que estudió con tan buen deseo como abierto tuvo en recitarlas; es un verdadero -esfuerzo que merece el aplauso. Dorini de Diso, que cada día se afianza más como excelente primera tiple ; Flora Pereira en un breve papel, que avaloró con su prestigio y su arte, ya que para gran actriz no hay papel pequeño ; Gómez Bur, con natural gracejo y comicidad ; las señoritas Hidalgo, Ruiz, Lucila y Cuevas, y los Sres. Arenas, Carrasco, García Morales, Viñiegla, Carrere y Pineda cumplieron muy bien en sus respectivos papeles. Ángel de León, el laborioso y entusiasta primer actor, creó un simpático tipo de gallego repatriado, con naturalidad y realismo, y su labor como director de escena fué muy estimable. El decorado, de Eloy Garay, un acierto, así como el vestuario, de Peris. Dirigió con su habitual dominio Juan Antonio Martínez, a quien cabe la suerte de haber estrenado los mayores éxitos líricos. |
Heraldo de Madrid - 21 de diciembre de 1928 |
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